Aranjuez a comienzos del siglo XX
- Publicado en José Luis Lindo - Cronista Oficial de Aranjuez
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A comienzos de 1900 el pueblo de Aranjuez se consolidaba municipalmente a través de la Casa Ayuntamiento como vertebrador de la sociedad ribereña.
Anteriormente, la historia de Aranjuez se escribe en ámbitos de progreso mayor a diferencia del resto de las poblaciones de la entonces Provincia de Madrid, como por ejemplo con la inauguración de la línea del ferrocarril de Madrid a Aranjuez en 1851. Asimismo, en el verano 1891 el pueblo ribereño asistía a la inauguración de la luz eléctrica, costeada solamente por su propio Ayuntamiento. Aranjuez por aquellas épocas contaba con 9.000 almas.
A comienzos de 1903 Aranjuez cuenta con 10.136 habitantes, el paro y el nivel económico en gran parte de la población es bajo, a tenor de lo que podemos contemplar en la vida municipal y, comparativamente, con el Real Sitio de El Escorial, éste último contaba en aquellos momentos con 1.411 habitantes.
Como Aranjuez era un pueblo eminentemente agrícola, los varones de la población, que eran jornaleros y se dedicaban fundamentalmente a las faenas del campo, se estacionaban en la plaza del Mercado o del Ayuntamiento, donde los patronos acudían a primeras horas de la mañana a contratar sus servicios, hasta tal punto que todos los días se acumulaba gran número de hombres en la plaza, consiguiendo con ello que los vendedores del Mercado no realizasen las tareas normalmente –lo que nos da idea de la escasez de trabajo que había–. Los mercaderes hacían llegar las quejas al Consistorio, y éste las abordaba en la Corporación Municipal buscando una solución que nunca llegaba a concretarse.
En cuanto a la vega de Aranjuez, producían tantos y tantos frutos jugosos, tiernos y frescos para el mercado ribereño y despensa de la Villa y Corte, que era parte de la riqueza de las posesiones de la Corona arrendada a hortelanos ribereños. Esta vega ribereña alcanzó su fama en los cantos y loas de suave tapiz verde y ocre, de estupenda labra, con sus geométricas cuadrículas a veces encuadrada por hermosos árboles o por bosquecillos de álamos y plátanos; en una palabra, sotos y alamedas propias de un Aranjuez idílico de otras épocas. Eran tiempos muy difíciles para el Aranjuez sencillo lejos de los grandes fastos de la Corte, del Palacio Real y de las posesiones de la monarquía. Y para que nada cortesano faltase, el puente colgado, también llamado de barcas, se convierte en el cordón umbilical de la población con las huertas y camino de las gentes venidas del norte hacia el sur, o bien para su visita al Real Sitio de Aranjuez. Este puente era fundamental para la comunicación con las huertas al otro lado del río Tajo, imprescindible para la comunicación de la carretera Madrid-Cádiz. También veía su final en la década de los años treinta de siglo XX.
La reparación y adecentamiento de las calles de Aranjuez era una constante, pues con las lluvias en invierno, al ser de tierra, estas se convertían en lodazales y el corrimiento del firme era habitual formándose enormes surcos de las rodadas de los carros, carretas. De paso, se aliviaba algo el gran paro que existía en la población. A comienzos del siglo XX empezaban a llegar los primeros y escasos coches de vecinos con nivel pudiente.
El ir y venir del vecino ocupado, fundamentalmente en las labores del campo andando, a veces con “la pluma” (el azadón) al hombro, y al otro hombro la chaqueta pendiendo y con la mano sujetando el talego de tela de cuadros. También era habitual ver a los hombres cargados a las costillas con las gavillas de leña, pues era la materia prima por excelencia para los fogones típicos de estilo francés en clases pudientes o en la clase más humilde con el fogón bajo con la estrébede para sujetar el puchero o la sartén al fuego. Los aguadores con sus carros con ruedas de madera de dos o cuatro compartimentos tomando el agua de las fuentes públicas. El alguacil vigilante en su distrito o al pie de la plaza. El pregonero anunciando a pie de calle a toque de trompetilla en mano las órdenes o bandos de la Casa Ayuntamiento. Las verduleras con sus faldiqueras apretadas por las perras gordas o chicas, o los reales, pues en aquellos primeros compases del siglo no se hablaba ni mucho menos de pesetas.
Y, a la caída de la tarde, el llegar incesante de carros de las huertas bien repletos de cajones, cajas y serones con frutos atravesando el puente colgado o por la carretera de Toledo para tener como meta final, la puerta del mercado de la calle de Abastos. Allí eran descargados por los porteadores de bultos para su peso por los romaneros delante del hortelano y asentador como parte del trato para la venta a las verduleras y comerciantes; eran tiempos en los que era posible al paso de los carros percibir el aroma apretado en temporada de la fresa, el fresón o de otros frutos.
Qué tiempos los que vivieron otras generaciones, en los que les era posible percibir, llegado el final de la recolección, el olor que traspasaba el umbral de buhardillas y buhardillones de las clásicas manzanas ribereñas de verruga, reineta o verde doncella. Y en cuanto a los lugares de ocio, fundamentalmente de los hombres, se constreñían a las tabernas para la clase media-baja, como lugares donde matar el tiempo con el chato de vino entre las manos en aquellos veladores o mesas de madera, teniendo por asiento los bancos corridos pegados a la pared o aquellas banquetas rudas desde el origen de su construcción. La imagen del tabernero con su mandil rayado negro y verde. Y, para la clase alta, los casinos, horchaterías y cafeterías y círculos sociales donde las tertulias entre hombres o mujeres era norma habitual. Y, como un episodio más de la vida, los lugares mundanos: las casas de trato o de moral distraída, frecuentada por miembros de clases distintas sociales, bien por lo fino o por lo vulgar.
Un aspecto que distinguía a las clases sociales era el vestuario de los ribereños hasta bien entrado el siglo XX. No distaba mucho del ámbito nacional en líneas generales, donde quedan patente dos clases sociales en su indumentaria. En la clase alta el traje del hombre llevaba con chaleco de estilo serio, camisa de cuello alto rematado con un lazo o pañuelo anudado al estilo del nudo de corbata. En la cabeza, tocado con el clásico sombrero de hongo o chistera, el bastón en la mano, y el cuerpo cubierto en la época invernal con la clásica capa española y zapatos de clase o botines. En las mujeres, corpiños bien ajustados al cuerpo, faldas hasta los pies lisas de suaves y finas telas, con blusa del mismo género con encaje y pasamanería o cintas, muy típica de esta clase social, vaporosas para la primavera-verano, tocadas por sombrillas claras para resguardarse en el verano del fiero sol de justicia que acometía en Aranjuez. En cuanto a la indumentaria del invierno, el vestido era hasta el cuello rematado con una fina puntilla o lazo, o bien, con falda igual hasta los pies y chaqueta de medio cuerpo, a veces con capa.
En la clase media-baja u obrera, la indumentaria aunque variaba en función de la situación social del cabeza de familia, pues no debemos de olvidar que la mujer entonces no gozaba en líneas generales como hoy de puestos de trabajo; entonces se limitaban a las tareas del campo, pues los agricultores, especialmente en Aranjuez, las elegían para las tareas delicadas como: recolección de la fresa –a cuyo trabajo se llama ordeñar, y que como característica de la vieja fresera ribereña se le podía observar en las curtidas manos, las uñas de los dedos pulgares más largas de lo habitual para poder cortar el ramillete del que pendía el fruto–, el fresón y a veces en la corta de espárragos, pero éste con el clásico cuchillo largo; el hombre con camisa blanca, chaleco o chaqueta y pantalón de pana, con la clásica gorra sencilla y botas de badana o albarcas en los hortelanos. Un aspecto que llama la atención en la indumentaria de los chicos, es que casi todos llevaban también gorra. En las mujeres, los faldones largos y faldiqueras o mandiles de tela basta, las medias de lana gorda y las toquillas sencilla. En cuanto al cabello, la característica no variaba mucho del tipismo general. En el caso de los hombres de clase alta, por el nivel pudiente, se daba el cabello bien arreglado corto para atrás, patillas largas y bigotes bien acentuados. Sin embargo, en el obrero, el cabello ofrecía un aspecto menos cuidado por la falta obviamente de recursos. En la mujer, se daban fundamentalmente los peinados para atrás con espectaculares moños. Bien es verdad, que en la mujer de clase más humilde se daba la misma circunstancia, pero con la variante de que el peinado era mucho más sencillo, recogido con horquillas.
La vida corría en un Aranjuez anclado en la nostalgia de episodios regios pasados. El pueblo tenía por aquellos días pocos divertimentos, en las horas de asueto la clase social más humilde se contentaba con poder contemplar los surtidores de las fuentes del jardín de la Isla, desde la barandilla del canal que le bordea –pues para pasar a los jardines había que pagar unos ticket en la Delegación patrimonial–, también tomando el sol en los canapés a la entrada a la población o en los bancos de piedra de Colmenar de la plaza de la Mariblanca.
Para aquellos años de la primera treintena del siglo XX, Aranjuez tuvo también el privilegio de ver instalarse centros de alto interés nacional, como por ejemplo: la inauguración el día 28 de enero de 1912 del Centro Emisor de Aranjuez, Estación Costera de Onda Corta en Radiotelegrafia del Servicio Marítimo Español, situado en los Campos del Deleite, también conocida como calle Olivas. Inauguración que corrió a cargo de SS.MM. los Reyes de España D. Alfonso XIII y Dª. Victoria Eugenia.
También Aranjuez fue lugar de reunión de intelectuales de la vida española, como podemos comprobar en la que se llevó a efecto el día 23 de noviembre 1913, en el homenaje a Azorín promovido por José Ortega y Gasset, y en el que participan entre otros Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez, el propio Ortega y Gasset o Antonio Machado que aunque no pudo asistir, estuvo presente su poesía Desde mi rincón que leyó Juan Ramón.
A pesar de que las tradicionales Jornadas reales ya no se realizaban, no por ello los Monarcas tenían al Real Sitio en el olvido. El Rey Alfonso XIII, muy amante del arte ecuestre, mandó al Marqués de Viana a finales del año 1916, construir un hipódromo. Al año siguiente se inauguraba el Real Hipódromo de Legamarejo de Aranjuez. Durante años Aranjuez viviría momentos fulgurantes en cuanto a las carreras de caballos. En 1917 veía la luz en Barcelona un niño, que con el tiempo se consagraría como una de las más reputadas plumas de este país: José Luis Sampedro Sáez.
La población de Aranjuez empezaba a tomar decisiones importantes y a desarrollar en pequeña escala su industria propia y su comercio, ya con los productos agrícolas, algunos de los cuales se exportan al extranjero, entre ellos fresa y espárragos, ya de géneros de telas y bisutería, de lo cual vienen a surtirse los comerciantes en pequeño de los pueblos aledaños. La precariedad en el empleo era desde antaño un problema laboral difícil de atajar. Desde que se constituyese la primera Corporación Municipal, los diferentes Regidores que pasaron por la Casa Consistorial, como reflejan día tras día las actas capitulares, fueron sensibles y solidarios con este gran problema. A pesar de ello, el desarrollo económico, industrial y agrícola que Aranjuez adquirió el título de cabecera de Comarca.
Desde finales del siglo XIX el pueblo acogía la presencia del pintor catalán Santiago Rusiñol, era habitual verle con su caballete, lienzos, paleta y otros accesorios encaminándose hacia los jardines; y a la conclusión, reunirse con sus viejos amigos y esposa en tertulia en los viejos veladores del Restaurante El Rana Verde para disfrutar de su inseparable Pernod. Pero el deterioro físico experimentado por Rusiñol, y la imposibilidad de poder entrar en carruaje hasta el lugar elegido por él para pintar sus jardines de Aranjuez, le hicieron un día volver a Sitges. En su ausencia, Aranjuez le otorgaba por petición popular la plaza a la entrada en el Real Sitio el día 18 de septiembre de 1925. A raíz de un encuentro entre el Rey Alfonso XIII y Rusiñol en Sitges, el pintor catalán volvía a Aranjuez y se le daba un homenaje popular con la rotulación de la plaza el día 2 de octubre de 1930. El día 13 de junio de 1931 Rusiñol moría en Aranjuez.
En octubre de 1930 también llegaba a Aranjuez, por motivos laborales de su padre, el adolescente José Luis Sampedro, que a la sazón sería una de las plumas más prestigiosas de nuestro país y que contribuiría indudablemente a dar fama al pueblo ribereño con una de sus obras: Real Sitio (1993) al que el escritor catalán dedicó estas palabras con las que queremos concluir este breve esbozo de la vida cultural, costumbrista y cotidiana de Aranjuez.
Me encontré entonces en un medio a la vez rural -por los cultivos de la vega, sobre todo fresas y espárragos que daban olor y color a la primavera- y también cortesano, por el esplendor de los palacios y jardines. Es el ambiente que, 63 años después, traté de recoger en mi Real Sitio. Y además, a poco de recién llegado, presencié un espectáculo lleno de fuerza que también, con el tiempo, daría lugar a otra novela: la arribada de los troncos de pinos de la sierra, flotando sobre el Tajo y conducidos por los gancheros, que serían los protagonistas de "El río que nos lleva". Continué el bachillerato en el colegio de San Fernando, un colegio privado, montado por unos sacerdotes del pueblo con algún seglar que nos daba matemáticas. Nos preparaban allí y en junio nos llevaban a examinarnos al instituto de San Isidro de Madrid.
José Luis Lindo Martínez